Panameño auténtico o de gritería: ¿cuál es usted?

 Panameño auténtico o de gritería: ¿cuál es usted?

Muchos creen que por nacer en esta tierra, arroparse con la bandera o gritar Panamá ya son panameños: ¡qué equivocados están!

por Luis Alberto Díaz / @ladiazjr

A lo largo de mi vida he visto cientos de personas, quizá miles, que desgañitándose pregonan a los cuatro vientos que son panameños sin poder demostrarlo más allá de sus eufóricas palabras. En los años recientes, merced a la publicidad de algunos medios patrocinadores de eventos deportivos, principalmente el fútbol, la imagen del ser panameño se ha distorsionado y estereotipado reduciéndola al sujeto que bebe una cerveza, viste una camiseta con la insignia y los colores patrios gritando a voz en cuello ¡Panamá, Panamá! mientras zarandea la bandera.
En este Mes de la Patria que transcurre en medio de la pandemia del Coronavirus, la mayoría de la población rememora los desfiles de otros años y desempolva una bandera nacional o el vestido típico que guarda en una gaveta o en el closet. Así intenta expresar su ser panameño, porque no ha aprendido otra forma de hacerlo.
Ser panameño va más allá de los signos exteriores. Serlo implica estar consciente del porqué somos panameños, saber explicarlo con arraigado conocimiento de la historia patria y defenderla ante cada intento por mancillarla o traerla a menos. Hacerlo con argumentos fundados en la razón, el saber y el entender de cada una de las etapas que han ido construyendo el tejido de nuestra sociedad nacional. No es cuestión de gritos y frases sin sentido, sino de los hechos y las palabras que dan fe de la autoridad con la que hablamos de nuestra tierra, su cultura, su historia, los hechos vividos que hacen parte de nuestra memoria colectiva y como la construimos cada día amando la familia y trabajando honestamente para nuestro crecimiento personal y comunitario.
La gesta independentista iniciada el 10 de Noviembre de 1821 en La Villa de Los Santos, proclamada el 28 de Noviembre de ese mismo año; nuestra unión al sueño de la Colombia de Bolívar; y el largo itinerario que recorrimos para culminarla y consolidarla el 3 de Noviembre de 1903 no admite, por parte de ningún panameño auténtico, los agravios que suelen proferir algunos, incluso nacidos en esta tierra, de que somos un país inventado por la hegemónica potencia norteamericana de nuestro continente americano. Nada más alejado de la realidad. Allí están los documentos que nos hablan de la verdad concreta de Panamá: algunos en nuestros Archivos Nacionales y otros rehundidos en los de Bogotá y de España, en espera de que los panameños los saquemos del ostracismo para esclarecer tantos y tantos decires sin sustento histórico que zahieren nuestro ser nacional.
Desde la supuesta no existencia de Rufina Alfaro hasta la hechura de Panamá por Wall Street transitan por cuanto medio lo permita, provocando que haya quienes haciéndose eco de tales aseveraciones las den por ciertas sin detenerse a analizar, siquiera, la proveniencia de ellas.
Recuerdo hace unos 25 años que Gilberto Medina, abogado de oficio, colombiano de nacimiento y nacionalizado panameño, llegó a la oficina del periódico Panorama Católico que yo dirigía, con la novedad que Rufina Alfaro no aparecía en el Registro Civil y que, por ello, no existía. Conversé ampliamente con él y le expliqué que aquello no era determinante porque para esos tiempos había deficiencias en los registros de provincias, que los archivos centrales se manejaban en España y no en Panamá, que muchas personas en los pueblos eran conocidas por su nombre usual y no el de pila y que en el pueblo de La Villa de Los Santos aún son conocidos parientes de la heroína santeña. Incluso le mencioné que había leído alguna vez un artículo fechado unos 30 años después 1821 donde se hace mención de Rufina Alfaro, por lo que ya era aceptada su existencia y, probablemente, con muchos actores del Grito de Independencia de La Villa de Los Santos aún vivos que pudieron haber dado fe de el hecho y desmentir cualquier mito o leyenda colectiva que quisiera todo el pueblo santeño crearse al respecto. El caballero siguió con su idea y algunos medios de comunicación se han hecho eco de ella a lo largo del tiempo provocando la mención cada año de la supuesta inexistencia de Rufina Alfaro.
Otra de las afirmaciones poco analizadas y dada por cierta es decir que Panamá pertenecía a Colombia y que los Estados Unidos le quitó ese territorio para crear Panamá, sin hacer la distinción entre la Colombia de Bolívar y la Nueva Granada que, posteriormente, adoptó el nombre de Colombia. Panamá se unió a Colombia y se separó de ella, como también lo hicieran Venezuela y Ecuador (con Quito y Guayaquil primero). Ninguno, y menos un colombiano actual, tiene la osadía de decirle a un venezolano o a un ecuatoriano «ustedes eran de nosotros» sin recibir una respuesta tajante de parte de ellos o de sus propias autoridades, según sea el caso. ¿Por qué los panameños hemos de aceptar tal ultraje repetido una y otra vez cada noviembre? Nuestra vida de unión a Colombia está plagada de múltiples intentos de separación y aplastamiento militar de dichos intentos por parte de la metrópoli bogotana. Si no pudimos consolidar esa separación antes de 1903 fue por causa del poder político y militar que imponía Colombia sobre nuestro pequeño país. La conocida historia del sometimiento del débil por parte del más fuerte.
Que los Estados Unidos contribuyeron con el reconocimiento de nuestra separación de Colombia para consolidar nuestro movimiento separatista y erección como república independiente no tiene nada de pecaminoso como quieren hacernos ver algunos. El mismo Bolívar recibió ayuda de Francia e Inglaterra para independizar a los pueblos que llamó a conformar su Colombia, incluida la actual que, a la sazón, era conocida como Nueva Granada. Los propios Estados Unidos también recibieron ayuda de Francia para su independencia. Si recibir ayuda extranjera para hacer valer el sentimiento de independencia de nuestra nación es pecado, igual debe ser pecado para los demás. Pecadores unos, pecadores otros.
Panamá declaró su independencia el 28 de Noviembre de 1821. En un acto soberano, que solo puede ejercer una nación independiente, nos unimos casi de inmediato a la Colombia original creada por Bolívar. Una década después iniciamos el camino de separación de la ya desintegrada Colombia bolivariana, pero sin éxito hasta 1903. Nunca fuimos de la actual Colombia dentro del contexto de la Nueva Granada o del estado que quedó luego de desaparecida la Colombia originaria. Y la prueba más fehaciente es que al independizarse, la Nueva Granada jamás reclamo el Istmo de Panamá como suyo. Mal pudimos haber sido, y menos aceptar que lo fuimos, parte de la Colombia que adoptó ese nombre al renunciar al de Nueva Granada y que es el único territorio que hoy queda de la que fundó el Libertador Simón Bolívar. Si ya no existe la Colombia de Bolívar, la actual, de la que solo lleva el nombre, no puede insistir en decir ni enseñarlo a sus ciudadanos que Panamá fue parte de ella. Esa Colombia actual más bien conculcó nuestros derechos de recobrar nuestra soberanía e independencia que pusimos voluntariamente en las manos del sueño de Bolívar y que, así como voluntariamente nos unimos a la Colombia originaria y fuimos aceptados como nación independiente en ella, igual, voluntariamente, teníamos toda la razón y el derecho de separarnos como lo hicieran Venezuela y Ecuador a quienes la casta política bogotana no se atrevió a retener ni someter con el mismo empeño y poderío que lo hizo con Panamá.
Ojalá que a partir de este Noviembre, Mes de la Patria, los panameños aprendamos nuestra historia y defendamos con tesón nuestro verdadero ser panameño. Que nos convenzamos de serlo, no solo de sentirlo en el color de las telas. Y tener plena conciencia que el respeto hacia nuestro país comienza por el respeto que tengamos de nosotros mismos. No basta con sentirse panameño; hay que serlo. (@ladiazjr

Luis Alberto Diaz