De la sociedad de Molière a la actual: reflexión para una sociedad más justa
Sin Mordaza por
Filemón Medina Ramos
Hace algunos años escribí sobre la importancia de los valores y principios, para una sociedad. Hoy toca recordar que no solo son fundamentales para la convivencia social, sino que son esenciales para la construcción de una sociedad justa y honesta, que oriente sus acciones hacia la justicia, la honestidad, la integridad y el respeto. Sin embargo, la historia y la literatura nos ofrecen ejemplos que nos alertan sobre los peligros de la hipocresía y la falsedad, que vulneran la institucionalidad democrática.
La sociedad que desde inicios de 1990, se ha edificado, se sostiene en la moral de Tartufo, que se basa en la hipocresía y la apariencia; esto nos invita a reflexionar sobre la importancia de la autenticidad y la integridad, que más que aparentar virtudes, de esos personajes hay muchos en el escenario nacional, implica vivir conforme a nuestros valores, incluso cuando nadie nos observa.
La autenticidad y la honestidad fortalecen la confianza y fomentan relaciones basadas en el respeto mutuo. Por ello, es fundamental promover una cultura de transparencia y coherencia moral, donde los principios no sean solo palabras, sino acciones concretas que reflejen nuestro compromiso con la justicia y la ética.
Tartufo, ese personaje de la obra de Molière, representa la figura del hipócrita que, bajo una fachada de virtud, oculta intereses egoístas y engaños. Su moralidad superficial y su manipulación revelan cómo la apariencia puede ser engañosa y cómo la falta de autenticidad puede socavar los valores genuinos.
Esta permanente invitación de Molière, es un llamado urgente a reflexionar sobre la importancia de la sinceridad y la coherencia entre nuestros principios internos y en nuestras acciones externas, que nacen de lo individual y se extiende a la colectividad (sociedad), pues no podemos obviar el contexto social, político y económico de la Francia de 1664, que era muy complejo, cuando Molière escribió sobre «Tartufo». Que si lo trasladamos al plano político, es un abrir de ojos al rey, quien para resolver los problemas sociales del pueblo francés, tenía que alejar a los malos consejeros, aduladores, hipócritas, amigos del poder y valerse de una justicia real, lo cual no significa torcerla, manipularla, influenciarla, convertirla en una herramienta de persecución y terror.
Políticamente, Francia bajo el reinado de Luis XIV (el Rey Sol) era un estado absolutista con un control centralizado del poder. La corte y la nobleza tenían un papel destacado en la vida política y social, y la censura era una herramienta utilizada para mantener el orden y la autoridad del monarca.
Económicamente, Francia experimentaba un crecimiento y una consolidación del poder económico, aunque también enfrentaba desigualdades sociales significativas. La economía estaba en proceso de modernización, y la cultura y las artes florecían en un ambiente de patrocinio real y aristocrático.
Si algo de esto le suena parecido, es mera coincidencia.
En resumen, «Tartufo» fue escrita en un contexto donde la religión, la autoridad política y las estructuras sociales estaban profundamente entrelazadas, y la obra refleja una crítica a la hipocresía y a las instituciones que mantenían esas dinámicas. Por eso es importante construir una sociedad más auténtica, respetuosa y justa, desde sus cimientos, definiendo y reconociendo constitucionalmente nuestro Estado de Bienestar, para satisfacer las necesidades sociales del 90% de la población.
