Meditación de Navidad, acontecimiento
Dicen los estudiosos que no hay palabra vana en las Sagradas Escrituras, y que tanto el tiempo, como la hora; el lugar, como las acciones, que se refieren en los relatos evangélicos, deben leerse en clave teológica.
El tiempo del nacimiento
Sabemos que la fecha del 25 de diciembre es acomodaticia, marcada por el crecimiento de la luz solar, el solsticio de invierno, en resonancia de las palabras de Juan el Bautista: “Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar” (Jn 3, 30). La medianoche, en relación con el nacimiento de Jesús tiene la concurrencia con el libro de la Sabiduría: “Cuando un silencio apacible lo envolvía todo | y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde el cielo, desde el trono real” (Sab 18, 14-15).
No obstante a que no se sabe el año, ni el día exacto, ni la hora en la que Jesús vino al mundo, celebramos como realidad histórica que la Palabra de Dios se hizo carne: “Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gal 4, 4). No celebramos un mito, ni unas fiestas de invierno, por razón del ciclo anual, sino el hecho sobrecogedor de Dios hecho hombre: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Nadie pone en duda el hecho histórico de Jesús de Nazaret.
El lugar del nacimiento de Jesús
Aunque algún autor relativiza el dato de que Jesús naciera en Belén, sin embargo, no parece indiferente que quien va a decir de sí mismo: “Yo soy el pan de vida”, nazca en la “casa del pan”, o “casa de la carne”, según el significado del término Betlehem en hebreo, o en árabe. Los profetas, ya habían anunciado: “Y tú, Belén Efratá, | pequeña entre los clanes de Judá, | de ti voy a sacar | al que ha de gobernar Israel” (Mq 1, 1). En Belén se casó Rut, y de Belén era el padre del rey David, de la casa de David desciende Jesús. Tanto el ángel del Señor en la anunciación a María -“Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin»”- (Lc 1, 32-33), como en el sueño que tuvo José: -José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”- (Mt 1, 20), el mensajero celeste invoca el origen betlemita y davídico de quien va a nacer como Mesías.
Las acciones de la Madre de Jesús
No parece natural que una mujer recién dada a luz tenga fortaleza para levantarse, lavar a su hijo, envolverlo en pañales y acostarlo en un pesebre, tal como dice el Evangelio (Lc 2, 7). En estas acciones descubrimos una narración de un parto especial. La aparición de los pañales identifica a quien es envuelto en ellos. “Al nacer, también yo respiré el aire común | y al caer en la tierra que a todos recibe, | lo primero que hice, como todos, fue llorar. Me criaron con mimos, entre pañales. Ningún rey empezó de otro modo su existencia” (Sab 7, 3-5). Nadie más fue envuelto en pañales, sino la Sabiduría de Dios. El profeta Ezequiel le recuerda al pueblo: “No te lavaron con agua para purificarte, ni te friccionaron con sal, ni te envolvieron en pañales” (Ez 16, 4). Y precisamente, el ángel le dice a los pastores la contraseña autentificadora de la identidad de Jesús: “Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 12).
Perspectiva pascual
Sabemos que los evangelios de la infancia fueron escritos muy tardíamente, después de las narraciones de la Pasión. Desde la luz de Pascua se releen de distinta manera las acciones con las que se describe el nacimiento de Jesús. San Juan, a la hora de narrar la sepultura de Jesús, dice: “Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.” (Jn 19, 40.42). Creo que es fácil encontrar la concurrencia con los gestos que hizo la Nazarena con su Hijo recién nacido, cuando ella lo envuelve en pañales y lo coloca en un pesebre.
Si tenemos en cuenta lo que hacen los pastores, después de recibir el anuncio del ángel: “Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (Lc 2, 16). Es fácil evocar lo que hicieron las mujeres en la mañana de Pascua, después de ser anunciadas por el ángel: «Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. (Mt 28, 5-7) “María Magdalena echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». (Jn 20, 2). La prontitud identifica a quienes se convierten en testigos del Misterio. Así también hizo María, recién anunciada por el ángel, “Se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá” (Lc 1, 39).
Celebración litúrgica
En la liturgia se celebra todo el misterio de Jesucristo, el que nació, padeció, murió, resucitó y está a la derecha del Padre. Las plegarias eucarísticas son memorial del Misterio Pascual de Cristo, y la Iglesia, en memoria de los beneficios de la Redención, celebra la Eucaristía sobre el altar, que representa el pesebre y el sepulcro, cubierto de lienzos blancos, que traen a la memoria los lienzos de la sepultura y testigos de la resurrección de Cristo. Extiende los corporales, antes del ofertorio, memoria de los pañales, sobre los que se colocan al pan y el vino, que se convierten en el cuerpo y la sangre del Señor.
El sacerdote sobrecogido se convierte en mediación entrañable para que acontezca sacramentalmente la nueva creación, todo de nuevo bueno, por la conversión del fruto de la tierra y del trabajo del hombre, el pan y el vino, en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Experiencia teologal
El creyente no solo tiene la posibilidad de contemplar las representaciones del nacimiento de Jesús en los belenes, crismas, obras de arte, sino que puede convertirse en el espacio interior, donde acontece verdaderamente la presencia de Cristo, cuando se recibe el pan santo, y se participa de la mesa del Señor. Y cuando trata con amor a su hermano.
Si el lugar y la topografía tienen sentido teológico, el propio corazón se convierte en el espacio donde quiere habitar el Emmanuel. Lo que nos corresponde es abrirle la puerta, pues Él llama, y desea cenar con nosotros. La amada del cantar de los cantares pone en nuestros labios la expresión amorosa: “Entra, amado mío, | sé como un gamo, o un cervatillo, | sobre las colinas de las balsameras». (Ct 8, 14). Y escuchamos el eco del verso: “He entrado en mi jardín, | hermana mía, esposa; | he recogido mi mirra y mi bálsamo, | he comido mi néctar con mi miel, | he bebido mi vino con mi leche” (Ct 5, 1). María, la madre de Jesús nos dicta la mejor manera de acoger la voluntad de Dios, la experiencia teologal: “Hágase en mí, según tu Palabra”.
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