Entre el odio político y la paz del expresidente Ricardo Martinelli
Por Avenabet Mercado
@Avenabet Mercado
La prestigiosa figura del presidente de la República de Panamá, Laurentino Cortizo Cohen, pareciera enseña con su sonrisa que en nuestra nación el discurso político, desde hace tiempo, nos llega en un lenguaje mezquino, lleno de mentira, en interés de dañar y ese escenario, por el bien de la democracia, tiene que cambiar.
Aquel apretón de manos entre algunos de los expresidentes, en Panamá La Vieja, jamás se puede olvidar. Cortizo, ha demostrado que se puede vivir en democracia elevando la figura presidencial al nivel de Paz y bien.
O sea, “yo te saludo, deseo de corazón que tengas La Paz en tu vida y el bien”. Es la paz con la deuda social, la democracia y equidad jurídica.
Pero ayer, en nuestra joven democracia no existía el sentido de paz, lo que se quería era minar el odio hacia el expresidente Ricardo Alberto Martinelli Berrocal; convertir las buenas obras en lo peor. Todo resultó una irresponsabilidad política.
En el primer golpe, a lo mejor, existió una legalidad jurídica; pero más luego, lo peor, una irresponsabilidad suicida de abogados corruptos organizando la trama, hasta sin importar el daño familiar de quienes no tenían que formar parte de los escenarios.
Además, existía una verdadera estrategia política contra el partido Cambio Democrático (CD), enterrar a Ricardo Martinelli en una fosa. Eso fue una verdadera filosofía oculta, ahora cada vez más descubierta.
Un Estado es ser representación y la democracia es, fundamentalmente, una cuestión formal. Ayer la representación del Estado y la formalidad democrática, en los aspectos jurídicos y aplicación de la ley, fueron salvajemente pisoteadas por el expresidente de la República, Juan Carlos Varela.
Todo fue el sentir de la democracia, pero la de él, fue como una gangrena llena de demagogia; pero que tampoco se conformó con invadir y prostituir la política panameña, sino que en su actuar pretendía colonizar la administración de justicia; peor aún , transformarla en aberraciones jurídicas donde sólo él fuera el rey del tambor.