Pandemia pone al descubierto nuestros males estructurales
por Luis Alberto Díaz
Como el mar suele arrojar a la playa los restos de un naufragio o la basura de las ciudades, así mismo la pandemia del Covid-19 trae a la superficie nuestros males sociales.
En el caso de Panamá, uno de los males que ha salido a flote es la tragedia que vive el campo educativo. Medio centenar de edificios escolares en construcción o reparación espera ser terminado. Pero, detrás del concreto y el hierro, subyace un sistema educativo moribundo y plagado de politiquería, prebendas, dádivas y sectarismos ideológicos que lo convierten en un homenaje al clientelismo, la incompetencia y la mediocridad.
Docentes anquilosados que impiden todo cambio de rumbo son una barrera para la instauración de mejores programas de educación, reconocimiento del mérito de sus pares, y la continua evaluación de sus aptitudes que es indispensable para garantizar una instrucción escolar de alto nivel.
So pretexto de defender conquistas salariales, en su mayoría, todo intento de transformación resulta inútil cuando se enfrenta a esa fuerza inexpugnable. Reclaman dinero y más dinero, pero rechazan ser sometidos a las pruebas de suficiencia docente que midan sus conocimientos, su capacidad pedagógica y la solvencia para manejar las nuevas herramientas tecnológicas que facilitan el proceso de enseñanza aprendizaje.
El andamiaje estructural de la educación panameña está corroído por el óxido de las viejas prácticas de la política gubernamental y gremial. Las élites dominantes someten al gremio docente en cuanto a su aspiración de ver mejores días en la educación nacional. Las posiciones y cargos escolares obedecen más al matraqueo, la influencia y un proceso de selección amañado para ganarlas, que al mérito y la comprobación de habilidades que garanticen la debida competencia para ocupar los puestos dentro del sistema educativo.
Lejos está el demostrar la valía profesional del docente a través del campo de la investigación, la publicación de libros de texto intelectualmente serios, la distinción por el alto nivel académico de sus alumnos y la contribución científica y tecnológica al progreso y desarrollo de sus centros educativos. A cambio, la educación nacional acepta del docente como cosa válida para ganar una posición, la presentación de una monografía carente de profundidad, un folleto hecho a la carrera, y un historial de fracasos entre los estudiantes que pasan por sus manos.
Las excepciones que pueden contarse dentro del sistema tienen que vencer un sinnúmero de obstáculos. Quien quiera enfrentarse a esa fuerza oscura enquistada en el sistema escolar recibirá rechazo, burlas, amenazas, impedimentos para realizar sus investigaciones o publicar sus trabajos, y mil otras excusas para enterrarlo en el ostracismo.
No sé si el día después de esta pandemia se producirá una revolución social que permita instaurar un sistema educativo cónsono con la nueva realidad de la humanidad. Lo que sí es seguro es que la fuerza de los acontecimientos hará cada vez más evidente este mal que, movido por las aguas, será arrojado a la playa de un país que espera mejores días para sus pobladores.