El Secreto de los libros
La Bitácora
Por Ebrahim Asvat
Voy a seguir eculubrando sobre la Feria del Libro. Quizás más sobre libros que la misma feria. La Feria es como una ventana para los ávidos de conocimientos o el roce con personas donde los libros forman parte de su equipaje itinerante. Mi afición por la lectura me nació a los diez y seis años. Hasta entonces las novelas leídas eran asignaturas de las clases de español o literatura.
Era una lectura obligada antes y no voluntaria y por eso soy preciso en señalar la edad donde nace mi afición a la lectura. Y la primera novela de impacto fue “Las Uvas de la Ira” de John Steinbeck. Allí conocí lo que es la pobreza en los campos agrícolas. Peor suerte tuvo la novela de Ben Okri,“El Camino hambriento”. Esta última la dejé a medias. No pude soportar la descripción de la extrema pobreza africana. Si bien mi incursión en la literatura empezó leyendo a los españoles, fuera de Don Quijote Marianela y Trafalgar pocas han sido las novelas españolas de lectura obligatoria que dejaron huellas imborrables.
Hasta cuando llegué a la Universidad y de la mano de la profesora Dora P. De Zaraté recibo una lista de novelas recomendadas como lectura complementaria. Fue una lista personal asignada a mí personalmente por la Profesora. Con Rulfo se me rompió el esquema mental. “El Mundo de Julius” de Alfredo Bryce Echenique y “Sin Remedio” de Antonio Caballero me llevaron a entender la mentalidad de las clases oligárquicas latinoamericanas. Con Mario Vargas Llosa y sus novelas “Conversación en la Catedral” y “la Fiesta del Chivo” las dictaduras latinoamericanas y el contubernio con sectores de la sociedad.
En este ámbito es relevante mencionar “El Señor Presidente” de Miguel Angel Asturias. Con Roberto Bolaños y “Los Detectives Salvajes” el idealismo de la juventud latinoamericana. Con Thomas Mann la vida de la burguesía en un sanatorio para Tuberculosos y los retos filosoficos de su tiempo. V.S. Naipaul y la diaspora indostana enraízada en el Caribe y el Este de África. Borges y su trascendencia creativa. Comprendí con Borges la conexión en un acto tan costumbrista en las familias musulmanas donde mil y uno simboliza el infinito.
Y es la forma como el número uno añadido a un número fijo algo así como el desborde de lo fijo hacia un plus que representa abundancia infinita.
Mil y uno no es 1001. Simboliza la abundancia, lo mucho que no se puede contabilizar. “Santo Oficio de la Memoria” de Mempo Giardinelli, donde narra a través de las mujeres la dura vida de los inmigrantes en América. Con Octavio Paz, la radiografía del ser mexicano que puede encajar en la realidad de toda la América Latina en su obra “Laberinto de Soledad”.
Me identifico mucho más con la literatura de la periferia o la del desplazado. Quizás la condición personal tiene algo que ver con las atracciones literarias. Otros que te explican emociones, sentimientos, situaciones que muy bien pueden ser tuyas y te ayudan a encontrar símiles en tus propias interrogantes.