Ciudadanía universal, respuesta humanista a la violencia contra migrantes

 Ciudadanía universal, respuesta humanista a la violencia contra migrantes

Por Javier Tolcachier / *»Meditaciones»

En todas partes el sistema les expulsa, limita, maltrata, encarcela y agrede. En muchos lugares los migrantes encuentran aversión, recelo, odio. Aunque también hay seres sensibles que aportan su cuota de humanidad poniéndose en el lugar de quienes están lejos de su entorno habitual y de sus seres queridos.

Si bien un importante conjunto de migrantes huye de la violencia y la guerra, muchos más son los que se autoexilian por la falta de posibilidades o movidos por la ilusión de trabajo con mejores ingresos para sí o para dar alivio económico a quienes quedaron atrás.

No sólo migran quienes cruzan fronteras. También los que son obligados a abandonar el campo, los que son expulsados de sus territorios por la extensión del latifundio agropecuario, por la construcción de megaproyectos, la destrucción minera, por la extinción de fuentes de sustento en el ámbito rural o animados por una supuesta mejora de las condiciones de existencia en la ciudad.

A casi todas y todos, dentro o fuera de sus países de nacimiento, les aguarda el peligro, la explotación, la segregación, la privación parcial o total de derechos y sin embargo continúan su azaroso periplo, en busca de lo que imaginan será una vida mejor.

Hay 250 millones de migrantes internacionales, constituyendo mujeres y niñas la mitad de este contingente.

Más de 65 millones han sido obligados a migrar forzosamente por guerras o persecución, seis veces más que una década atrás. Un tercio de estas personas son considerados refugiados y la mitad de los refugiados son niños.

Se señala habitualmente como causas de migración a lo que sucede en los lugares de origen. Sin embargo, hay que añadir que la explotación capitalista en los lugares de destino también es una de las fuerzas que alientan el fenómeno.

Por su situación de precariedad, los migrantes son obligados a hacer trabajos que la población local no quiere asumir, con menores salarios y condiciones laborales por debajo de la norma corriente o sin derecho alguno. En los países de riqueza concentrada, un frío cálculo les concede en ocasiones asumir un trabajo formal, para que su aporte equilibre el financiamiento de Estados con población avejentada.

Y por si todo esto fuera poco, como mal pago a los servicios prestados, la xenofobia se extiende como forma de manipulación del poder establecido, culpando a los migrantes – como ocurrió en otros momentos históricos de crisis sistémica – del estrangulamiento social que esos mismos poderes producen a través de su irracional búsqueda de rédito.

Esto hace que la indignación social no se dirija a transformar estructuras injustas,  sino que se descargue sobre el extranjero a modo de válvula catártica. El discurso de rechazo al migrante sirve además de trampolín al oportunismo político de proclamas derechistas, las que, de avanzar, son inevitablemente preludio de un mayor ajuste y represión a la misma población local.

*El autor Javier Tolcachier  es un intelectual con visión humanista y forma parte de la plataforma «Meditaciones», el Portal de la Filosofía Practia. (http://meditaciones.org/humanismo/humanismo-historico/). 

 

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