El comunismo cubano en fase terminal
Tras 60 años de comunismo los cimientos del régimen empieza a resquebrajarse mientras sus líderes intentan encontrar la fórmula que le devuelva la salud y la vitalidad. Será una tarea ardua y larga que no evitará la muerte del sistema, solo prolongar su agonía.
por Luis Alberto Díaz
Los recientes levantamientos populares en Cuba son una muestra de lo que hace ya tiempo ocurre en la mayor de las antillas. Desde el éxodo de Mariel, con el comandante Fidel Castro aún vivo, el pueblo cubano anhela un nuevo despertar que lo introduzca a la libertad. Momentos cruciales a partir de esa diáspora marielita que, en un arrebato de arrogancia revolucionaria provocara el propio Fidel, marcan el lento paso hacia la libertad del pueblo cubano. Mariel mismo, el aplaudido discurso del papa Juan Pablo II que trajo esperanza a la isla al pronunciar las palabras: «Que el mundo se abra a Cuba y que Cuba se abra al mundo», la rebeldía de Oswaldo Payá, y las Damas de Blanco, entre otros movimientos, han ido haciendo mella en la desgastada estructura política que sustenta al régimen.
A partir de la muerte de Fidel Castro, y los intentos de reforma impulsados por su hermano y heredero político Raúl Castro, la situación en Cuba sufre cambios acelerados. Los comandantes revolucionarios históricos han ido desapareciendo de la escena política entre muerte y vejez. Los nuevos dirigentes parecen incapaces de trazar un nuevo rumbo y su pregonada unidad apenas se mantiene cohesionada por el frágil hilo de la persona de Raúl, último de los históricos que aún podría darle un poco de aliento a una revolución que ha entrado ya en su fase terminal.
La euforia revolucionaria cada vez se siente menos en Cuba. El desgastado discurso que por más de 60 años invoca la dirigencia ya no enciende pasiones. Al ponerse toda el alma de la revolución en Fidel, la otrora fortaleza del régimen es ahora su debilidad. Ninguno puede ni podrá reemplazar a Fidel Castro, ni siquiera su hermano Raúl a quien le tocó reformar el régimen y entreabrir la puerta hacia la libertad de los cubanos. Las efímeras esperanzas que trajeron las reformas de Barak Obama hacia la isla sucumbieron ante las medidas de Donald Trump, aún vigentes en gran medida. El advenimiento de la pandemia del Coronavirus Covid-19 agravaron la situación. Sin más fuerzas para soportar la carga impuesta por los gobernantes revolucionarios durante sesenta años, el pueblo reclama su libertad. Una libertad que tiene su sostén en el hambre, el racionamiento de alimentos por décadas, y la evidente diferencia de calidad de vida entre el cubano de alcurnia revolucionaria y el isleño de a pie.
Durante los últimos 20 años la dirigencia de la revolución ha intentado introducir cambios estructurales para permitir el ejercicio de una empresa privada controlada, porque sabe, desde hace más de 30 años, que el sistema de producción ha fracasado. Al menos eso se dejó entrever en los resultados que arrojó un congreso del Partido Comunista Cubano en 1985. Aquella autocrítica quedó en letra muerta hasta que comenzaron a sentirse los efectos de la desaparición de la Unión Soviética, fuerte sostén del régimen por casi 30 años. Los últimos 30 han pasado entre la inercia del modelo apadrinado por los soviéticos y la resistencia de unos líderes ahora ancianos o a punto de morir.
El sopeteado argumento del bloqueo también dejó en evidencia que no es tal, ante un pueblo ávido de comida y a quien se le quita la libertad más grande de la que gozaba hasta hace unos días: las redes sociales. El régimen atacó con furia ese bastión libertario y reprimió con garrotes, cárcel y balazos al pueblo que salió a la calle a manifestarse contra el hambre, la corrupción y la falta de libertad. Allí equivocó el régimen la estrategia. Apeló a un sentimiento revolucionario y nacionalista que ya no comparte gran parte del pueblo, mandó las hordas y las milicias vestidas de civil a reprimir en la calle, y utilizó adolescentes enrolados como milicianos como escudos humanos frente a los protestatarios. Ni siquiera el haber desempolvado al histórico comandante Raúl Castro, sacándolo de su recién anunciado retiro, pudo calmar la sublevación popular.
Tanto el comunismo cubano como el régimen que lo profesa tienen sus días contados. No será de manera inmediata que se cumpla este plazo, pero su fin es irreversible. La llamada revolución cubana tiene socavada sus bases. Los signos de muerte son evidentes, incluida la nueva constitución promulgada recientemente donde intentan hacer cambios que traen consigo efectos secundarios impredecibles en este momento. El sistema económico colapsado, los medios de producción anticuados y gravemente dañados, la corrupción y el lujoso modelo de vida de la aristocracia revolucionaria, el orden mundial que va en contravía del régimen cubano, un pueblo hastiado del discurso revolucionario y ansioso de ser libre, y un anciano comandante histórico que apenas puede mantener la unidad bajo el ideal castrista son los factores en contra de una revolución cubana que se apaga.
Si los dirigentes revolucionarios quieren salvar la cara, y que en el futuro se recuerde la revolución que lideró Fidel, tienen que darle libertad inmediata al pueblo, satisfacer su hambre, y liberando los medios de producción alimentaria. Que se vean en el espejo de Gorbachov para no pasar al olvido. No hacerlo será cavar su propia tumba; y más profunda será si su empecinamiento de mantener una revolución moribunda provoca carcelazos y muerte entre un pueblo cubano que ya le perdió el miedo y el respeto a la otrora gloriosa revolución cubana.