LA MATANZA DE 1955 EN PANAMÁ (II)

 LA MATANZA DE 1955 EN PANAMÁ (II)

 

Dos horas, ni un segundo más, le advirtieron a Israel Castellanos González (1891-1977), para que abandonara este país. Se alojaba en uno de los hoteles a lo largo de la Avenida Central de la ciudad, por los contornos de la Plaza Cinco de Mayo.  Por supuesto comprendió la amenaza, su vida estaba en peligro, por tanto, decidió no llevar la contraria; aligeró cuanto pudo, y marchó hacia el Aeropuerto Internacional de Tocumen, escoltado por los policías que garantizaban se fuera de Panamá inmediatamente.  Tomó el primer vuelo factible y luego aterrizó en Caracas, Venezuela, donde hizo declaraciones comprometedoras que fueron publicadas en la revista Bohemia.  A pesar de su nombre y de sus apellidos, tenía

ascendencia asiática, por lo cual muchos de sus conocidos le llamaban el chino.  Había venido desde Rancho Boyeros de Cuba, precedido por el prestigio internacional que ya ostentaba; médico titulado en la Universidad de la Habana en 1922, docente del Instituto Español de Criminología, uno de los pioneros de esta disciplina de investigaciones sobre la delincuencia y el crimen en aquella isla del Caribe, en conjunto con ese baluarte de la intelectualidad cubana llamado Fernando Ortíz.  Había publicado una multiplicidad de trabajos sobre temas de dactiloscopia, etnología, antropología, entre los cuales podemos mencionar La mujer delincuente en Cuba y La talla de los delincuentes.  El maestro penalista Jiménez de Asúa, lo apodaba “el mago de la identificación”.  Tenía 64 años cuando llega con el propósito de ayudar a esclarecer las incógnitas sobre quién había matado al presidente de la república José Antonio Remón Cantera el 2 de enero de 1955.

La orden provenía de miembros de la Policía Nacional ya dirigida por el coronel Lilo Vallarino (Bolívar Vallarino García de Paredes), aunque se ha dicho que constituyó una paradójica instrucción de Alejandro “Toto” Remón Cantera, quien, tras los vaivenes del asesinato de su hermano de padre y madre, estaba convertido en ministro de estado del gobierno post crimen, ahora jefaturado por Ricardo “Dicky” Arias Espinosa como nuevo presidente de la república.  ¿Pero que generó aquella amenaza y advertencia de que saliera en menos de dos horas del territorio panameño?  El doctor Israel Castellanos González, a creencia de que ciertamente se deseaba investigar “la verdad” sobre los sucesos criminales de aquella noche del domingo, formuló, primero, su recomendación de separar a todo funcionario de mando implicado, mientras se realizaban las investigaciones, sobre todo, los comandantes de la policía nacional, con lo cual se aludía de modo directo al coronel Lilo Vallarino (Bolívar Ernesto García de Paredes) y al mayor Timoteo Meléndez.

Posteriormente el criminólogo cubano, expone su conclusión relativa a la muerte de José Antonio Remón Cantera y a la persona que lo asesinara.  De modo contundente señala que al presidente de la república en la noche del 2 de enero de 1955 se le disparó de cerca, a poquitos pasos; se basaba en los rastros de pólvora en el cadáver, por el volumen, por la densidad, con lo cual se pone entredicho toda esa historia del ataque tipo mercenarios, quienes disparaban ráfagas de ametralladoras tras unos papos frondosos que todavía en la actualidad se sobredimensiona, pues queda en el contexto de una artimaña, de una distracción planificada, capaz de propiciar caos, confusión, pánico, para que en el interín se pudiera ejecutar al mandatario a quemarropa.  Todavía argumenta más allá, aseveró que la persona quien ejecuta el tiro mortal, en efecto se encontraba al lado derecho de José Antonio Remón Cantera, en aquel palco presidencial del Club House del Hipódromo Nacional Juan Franco.

Israel Castellanos González daba pie a una línea de investigación que apuntaba a un contexto de nombres específicos como probables asesinos, pero al parecer no fue satisfactorio para quiénes instruyeron que debía abandonar el país de inmediato.  Un día después de los homicidios del presidente Remón Cantera, de José María Peralta y Norberto Danilo Souza Moreira, es decir, el lunes 3 de enero de 1955, el Fiscal Superior Francisco Alvarado hijo, procedió a realizar “la reconstrucción de los hechos”, entre la rapidez de la diligencia formal, destaca la presencia y participación de los mismos miembros de estamentos de seguridad  que estaban en el momento de los disparos en la noche anterior; sobre la base de una versión acoplada, contribuyeron a la construcción de una creencia e interpretación de los sucesos, donde se hizo hincapié de disparos que atacaban, pero sobre todo, de quiénes se encontraban en dicho lapso con el presidente de la república y en qué supuestas ubicaciones.  De acuerdo a esa versión sustentada por los miembros de la policía secreta y de la escolta presidencial, a la derecha del mandatario asesinado se encontraba Antonio “Toño” Anguizola Palma, quien, para dichos instantes se hallaba internado en la Clínica Hospital San Fernando, tras la herida recibida en el fémur de uno de sus brazos durante el lapso de los disparos, es decir, estaba ausente de dicha diligencia “legal”.  ¿Supo que los miembros de los estamentos de seguridad en dicha reconstrucción de los hechos lo ubicaban a la derecha del presidente de la república?  ¿Ciertamente esa era su ubicación en la noche del 2 de enero de 1955 cuando asesinan a José Antonio Remón Cantera?  Días más tarde, once para ser exacto, muere de modo extraño en una de las salas de aquel hospital, gestándose nuevas incógnitas.

Desde las primeras declaraciones que constan en el expediente instruido por el Fiscal Francisco Alvarado, algunos de los miembros de los estamentos de seguridad, de esa escolta presidencial, ponen en relieve la tendencia de recalcar que Olga Yaniz se encontraba a la izquierda del presidente asesinado.  ¿Por qué tan curioso empeño?  El hallarse a la derecha o a la izquierda resultaba esencial, constituía el quid del dilema sobre a quién podía tenérsele en el decurso, como presunto asesino o presunta asesina del presidente de la república.  De aquella mujer joven de entonces, muy pocos datos se revelan, algunos documentos la refieren como educadora, militante del Partido Revolucionario Independiente, en consecuencia, copartidaria de otra mujer joven que se encuentra en el palco presidencial del hipódromo durante los disparos; indiscutiblemente ahí llega con la abogada Thelma King, a quien se tiene como protagonista de la leyenda de la soda roja.  Salvo dichos pormenores, los referentes sobre quién de verdad era Olga Yaniz, por qué pudo llegar ese 2 de enero de 1955 hasta la mesa donde departía Remón Cantera, tienen más de especulaciones que de hechos verídicos.

No obstante, pese a que sobresale como una mujer solidaria que ofrece auxilio al mandatario moribundo, en torno a su persona y la figura de uno de los escoltas presidenciales, en específico Herman Harding, el apodado Batling Nelson, entre el caos, la confusión, el terror y la oscuridad de aquel domingo, merodea la existencia de un revolver, se le menciona, aunque se pasa por alto, se tiene por un asunto intrascendente, se le ignora.  Ella declara toparlo en el suelo, asevera tomarlo y de inmediato, eso dice, lo entrega al miembro de la seguridad presidencial.

A lo largo de las sesgadas investigaciones, quién se encontraba a la derecha del presidente de la república, quedó como un asunto borrado y presentarlo ahora, hasta puede considerarse un pinche artificio literario y jalado por los pelos.  Ni al difunto Antonio “Toño” Anguizola Palma, ni a la joven de entonces, Olga Yaniz, jamás se osó tenerlos como sospechosos, tampoco a ninguno de los escoltas ni de los miembros de estamentos de seguridad.  Como paradoja que contiene demasiado de una novela negra, pero edificada por la propia realidad histórica panameña, el itinerario de las sospechas o de la cacería por presentar “un culpable”, mal intencionadamente apuntó hacia Norberto Danilo Souza Moreira, justo cuando era transportado en la patrulla número 24; por comunicación radial se informa -en el ámbito de la Policía Nacional- que iba detenido en dicho vehículo hacia el cuartel central, teniéndose como sospechoso e implicado en el crimen contra Remón Cantera, pero al igual que Antonio “Toño” Anguizola Palma, terminó muerto.

El desenfreno por mostrar un sospechoso creíble, un culpable, fue un manantial que gestaba hipótesis de móviles novelescos, muchos de los cuales en la actualidad se repiten con el asombro del incauto.  Se diseminó adrede el criterio de sospecha sobre ciertos adversarios del presidente de la república, dándosele al crimen una connotación de política-partidista, relucieron las figuras del expresidente Arnulfo Arias Madrid y de su sobrino Roberto “Tito” Arias Guardia, en tales vaivenes, la declaratoria de suspensión de derechos constitucionales, contribuyó a un sinnúmero de detenciones, encarcelamientos, de personas sin vinculaciones de ninguna naturaleza, hasta de un ciudadano ebrio que vociferaba incoherencias, como si de pronto fuera vital imprimir el miedo para apegar la sociedad al silencio.

Las alusiones sobre Martin Irvin Lipstein como otro sospechoso, pone de par en par el portón de las nuevas especulaciones, de esas que tenían mucho de verdad, pero que se mostraban tergiversadas, apenas una parte según las conveniencias.  Fundamentalmente tres temas: el sicariato en Panamá, la Cosa Nostra en este país, el papel de la CIA en nuestra historia.  Por lo menos coloca sobre la superficie una probabilidad de “persona contratada” para cometer el asesinato, eso es sicariato, un fenómeno criminal que entonces se denota para dicha fecha en la sociedad panameña, por lo menos en torno a los sucesos del 2 de enero de 1955.  Puede argumentarse que corresponde a una situación aislada, pero aislada o no, se manifiesta.

El asunto de la Cosa Nostra merodea una y tantas veces, por lo general, formulado como un contexto interrelacionado al presidente de la república José Antonio Remón Cantera, sea porque le atribuyen conexiones de las cuales había sacado ventajas económicas o sea porque al parecer, en víspera de su muerte, se dice que asumió compromisos con Estados Unidos para emprender una campaña de ataque contra los narcotraficantes de la época.  ¿Pero esas interrelaciones, esas conexiones, esas ventajas económicas, sólo podían atribuirse al mandatario?  ¿Ciertamente no existían en las mismas otras personas del entorno panameño?  El papel de mafia internacional en Panamá, en específico de la Cosa Nostra en aquellos años se alude a la ligera, se evita adentrar, se aborda con el impulso del sensacionalismo y carencias documentarias.

En cuanto a las veces en que se mencionó y se refiere respecto al incidente criminal del 2 de enero de 1955, se insiste en destacar la figura del legendario Lucky Luciano como presunto autor intelectual del magnicidio, para dársele algo de coherencia a tal hipótesis, se relata de modo escueto, adredemente por pequeñas dosis, el acontecimiento de un barco retenido por órdenes de Remón Cantera en un puerto de la ciudad de Colón, cuya mercancías decomisadas consistían en licor y drogas.  El barco tenía por nombre Doncella de Oriente, viajaba hacia Cuba, contrabandeaba varias cajas de wisky Macallan, cocaína y heroína.  Se rumoró como implicado a Roberto “Tito” Arias Guardia.  Sin embargo, poco o nada, se argumentó sobre la conexión de Cuba y Panamá en actividades de contrabando que se venían llevando a cabo, de tráfico de drogas, incluso de armas, de trata de blancas con las cuales se mantenía a flote la prostitución desde boîtes, cabarets, de incipientes fábricas, negocios de juegos, caballos, empresas, en donde elementos pertenecientes a la mafia desde la Habana, Cuba, se presentaban en este país, so pretexto de inversores extranjeros que se establecían y mantuvieron relaciones con figuras del entorno nacional.  En un panorama semejante, todavía en la actualidad se desbordan esfuerzos por consolidar la leyenda de Lucky Luciano en Panamá, pese a que simultáneamente se opta por esquivar la imagen de otro destacado jefe de la mafia, cuya persona e historia revela sorprendentes conexiones con nuestro país.  Hablo de Mayer Lansky, el judío constituido en el cerebro financiero de la Cosa Nostra.

Retornando a Martin Irvin Lipstein como otro sospechoso del crimen de Remón Cantera, tal presunción se fue desatendiendo, recuperó su libertad y pudo viajar fuera del país tan pronto como pudo.  Pero su mención, no sólo pone sobre la mesa, los temas del posible sicariato y de la presencia de la Cosa Nostra en el territorio panameño, en el país que hemos creído históricamente pacífico, cuyos sucesos de criminalidad macabra son entendidos con el imaginario social de asuntos aislados, marginales.  En cuanto al papel de la CIA en el magnicidio, no ha dejado de ser una conjetura que gusta al nacionalismo apasionado y a los odios de antiimperialismos.  En el afán de consolidar un sospechoso, un conejillo de Indias sobre quien pudiera concentrarse las especulaciones como asesino, la atención sesgada, toda la culpa de tanto desmadre, José Ramón Guizado Valdés -ingeniero, socio de Remón Cantera en algunos negocios, asume la presidencia de la república, también lo derrocan- y Rubén Miró Guardia -el abogado que pudo mofarse del juicio penal que pretendía inculparlo-, fueron oportunos.  A ambos se les culpó, enjuició, uno resultó condenado, el otro absuelto, pero ninguno ante la historia sació la intuición de que otros eran los asesinos, de que los verdaderos autores estaban impunes.

Cada argumentación e hipótesis para “justificar” a cada uno de los sospechosos que fueron expuestos, se derrumban, pero sirvieron para complicar cualquier sendero con luz que pudiera conducir al desentrañamiento, contribuyeron a que hoy por hoy se debata sobre esas mismas argumentaciones e hipótesis.  En un plano semejante, no es absurdo ni exagerado decir que los sucesos criminales del 2 de enero de 1955 y su encubrimiento se llevaron a cabo de modo casi perfecto.  En la actualidad todavía podemos preguntamos: ¿quién disparó a quemarropa contra el presidente José Antonio Remón Cantera?  ¿Quién o quiénes ordenaron su asesinato?  ¿Por qué todavía se esquiva y pretende borrar los crímenes contra José María Peralta y Norberto Danilo Souza Moreira?  ¿Por qué el silencio sobre la extraña muerte de Antonio “Toño” Anguizola Palma? ¿Por qué el silencio sobre el asesinato de aquella joven mejicana, la posible amante del presidente de la república? 

El planteamiento del doctor criminólogo Israel Castellanos González sobre la ubicación del asesino de Remón Cantera, a la derecha en el palco presidencial mientras acontecen los disparos, abría una línea de investigación penal que colocaba en aprietos, por un lado, al difunto Antonio “Toño” Anguizola Palma, por el otro a la joven Olga Yaniz, pero a la vez al grupo de personas que se hallaban departiendo con Remón Cantera en el Club House del Hipódromo Nacional Juan Franco, en específico, además de los dos mencionados, a la abogada Thelma King, al gerente del hipódromo Alberto “Pitín” de Obarrio, al concejal Alfonso “Mono” Pérez, quienes se hallaban en la misma mesa del palco presidencial; igualmente a policías y escoltas Tomás Royal Perry, Tomás Giscome, Herman Harding -Batling Nelson-, Marcelino de Obaldía, al juez nocturno Antonio Santamaría, al diputado José “Pepe Curro” Arosemena Galindo y su yerno Joaquín Borrel González, incluso al solonero Nicolás Bolaño de quién casi nada se dice.  ¿De verdad, tan cercanos y ninguno pudo ver cuando le dispararon a quemarropa al presidente de la república?  La teoría del asesino o de la asesina ubicada a la derecha de José Antonio Remón Cantera en dicha noche del domingo, demarcaba un espacio de investigaciones donde dichas personas tenían mucho o algo que exponer al respecto.  La caja de pandora podría destaparse.

Ante una probabilidad parecida, la determinación del asesino o de la asesina material, la determinación de cómplices en la ejecución del acto criminal en concreto, colocaba en cercanía de identificación, a los autores intelectuales, a los asesinos que idearon y fraguaron el asesinato.  Sólo en este esquema tiene sentido la persistencia por esquivar la calificación de golpe de estado al asesinato contra el presidente de la república José Antonio Remón Cantera; aceptar el calificativo, implicaba e implica una vinculación directa a la responsabilidad de los hechos criminales.  A toda costa se eludió y se elude indicar que también se trató de un derrocamiento violento, es decir, un golpe de estado, pese a todos los eufemismos y a todas las argucias de sucesión jurídica constitucional a la que se apeló, primero, para la toma de posesión como presidente de la república por parte del Ingeniero José Ramón Guizado Valdés, quien era el primer vicepresidente, luego con la conversión en presidente de la república de Ricardo “Dicky” Arias Espinosa.

El concepto de golpe de estado se transformó en un pendón de revelaciones e implicaciones, inaceptable para quienes conformaban el gobierno post crimen, para quienes quedaban beneficiados de inmediato como cabecillas de la estructura política-administrativa del Estado, al mando de ministerios e instituciones.  Por supuesto que mancillaba -con mucha razón o sin ella-, a la figura de un coronel Lilo Vallarino (Bolívar Vallarino García de Paredes) como nuevo comandante de la Policía Nacional, convertido en el hombre fuerte hasta 1968, a la imagen de Dicky Arias (Ricardo Manuel Arias Espinosa), ahora presidente de la república, incluso a parientes del difunto José Antonio Remón Cantera, aunque aparente exagerado y paradójico, como fueron los casos de su hermano Alejandro “Toto” Remón Cantera y de su viuda formal Cecilia Pinel de Remón, quienes se constituyen en influyentes ministros de estado.

Apuntar en estos días con el dedo índice hacia un posible asesino o una probable asesina en específico, tanto en la esfera intelectual como material del crimen del 2 enero de 1955, y de los asesinatos llevados a cabo para encubrir, articulándose toda una matanza, no deja de ser una tarea especulativa, pero los sucesos en sí como integrantes de una historia irremediablemente nuestra, entre lo despiadado y los descaros, connotan características valiosas para comprensión de las estructuras de poder en dicho periodo y sus interrelaciones con fenómenos criminológicos sorprendentes.  En el marco de los declarados sospechosos, se contribuyó al enredo, a profundizar los enigmas, a consolidar los misterios.  Quienes debieron ser considerados como tales, nunca lo fueron, pasaron rotundamente impunes, intocables.  Quizás por esa causa, el doctor Humberto Ricord, prefiere señalar a un sospechoso, culpable e implicado de manera genérica; lo hace inicialmente omitiendo su autoría en la publicación del polémico ensayo La oligarquía en el banquillo de los acusados, con lo cual hace suponer que referir “algo de la verdad” sobre la matanza de 1955, conllevaba riesgos, por tanto, había que temer.

Todavía hace apenas unos años en la presentación de una obra de ficción que se basaba en la figura del ccoronel José Antonio Remón Cantera y su crimen, presencié a descendientes de algunas personas que se aluden en aquellos hechos, agresivos por el contenido de aquel libro e indicando, esas eran cosas del pasado que se debían olvidar.  Dicho asesinato y cada uno de los asesinatos interrelacionados, por supuesto generaron molestias, insatisfacciones, impotencias, dolor, angustias, sobre todo en la familia de José María Peralta, en los parientes de Norberto Danilo Souza Moreira, en sus madres, padres, hermanos, hijos, en los allegados de la mejicana que lanzaron desde un balcón del Hotel El Panamá, entre los “sospechosos” que formalmente se presentaron como tales, más de uno sin tener vela en los asuntos, a sabiendas de que sólo eran artimañas insensibles, incluso entre esa oligarquía que acusa el destacado jurista e historiador, hubo familias confrontadas, primos indignados, relaciones deterioradas por la verdad, por las calumnias, por los desmadres y por los secretos que prevalecieron.  Finalmente, como otras ironías, el nombre del presidente asesinado, tanto con pompas como ágape, se le intuyó a un nuevo hipódromo y se le erigió una estatua en el asoleado patio de la propia policía que en 1955 hizo cuanto pudo, para evitar a toda costa que se descubriera quién o quiénes lo asesinaron.

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* El autor Luís Fuentes Montenegro es abogado, periodista y escritor ( [email protected] )

 

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