Ernesto Pérez Balladares y el país que construyó. Segunda Parte
Por Ebrahim Asvat
Hay una película del director Akiro Kurosawa titulada “Rashomon”. En términos generales el argumento es como un evento en este caso un asesinato tiene una versión distinta para cada testigo. La versión del Presidente Ernesto Pérez Balladares es su versión de los hechos. Y voy a exponer algunos puntos de sus afirmaciones.
En primer lugar, el tema de lo que él denomina persecuciones donde responsabiliza al Dr. Ricardo Arias Calderón (QEPD) siguiendo la narrativa de la leyenda urbana. De la Dirección de Responsabilidad Patrimonial una entidad sujeta a la Contraloría General de la República bajo el mando de Rubén Darío Carles (qepd) no hay una sola mención en su obra. Fueron los que levantaron expedientes por el enriquecimiento injustificado con fondos públicos o irregularidades en contratos del Estado. Tampoco sobre los actos y acciones del Procurador General de la República en ese entonces Rogelio Cruz (qepd). Las órdenes de arresto venían del Ministerio Público.
Recordemos, el proceso de incorporación de los miembros de las Fuerzas de Defensa a la nueva Fuerza Pública fue una iniciativa del Dr. Ricardo Arias Calderón, por ello sufrió un atentado político en los primeros días posteriores a la invasión. Yo entré a involucrarme en los asuntos públicos desde el 2 de enero de 1990. No tenía relación alguna con el Dr. Arias. Me introdujo el Lic. Guillermo Cochez con quien había colaborado en la junta de escrutinio circuital 8-9 durante las elecciones de 1984.
La primera misión asignada a mi persona fue la de resolver el tema de los detenidos en Campo Emperador. Recuerdo muy bien que al asignarme esta función, la Sra. Teresita Arias señaló que me había tocado “lo podrido”. En otras palabras, algo que nadie se atrevía a ejecutar por razones de seguridad personal. Tuve con el empeño y el sacrificio personal posibilidad de cerrar el campo en 30 días. Si las intenciones fueran perseguir esto hubiera podido tomar seis o nueve meses. Hasta lo americanos se sorprendieron con la velocidad como logramos cerrar ese centro de detención militar.
El primer objetivo del gobierno en esos primeros meses era retornar a la normalidad y eso requería darle niveles de tranquilidad a los diferentes actores adeptos al PRD y a los miembros del régimen militar norieguista. Tuve la oportunidad de visitar diferentes sindicatos de trabajadores junto con mi colega Víctor Martínez para dar esa seguridad. Igualmente, le abrimos un espacio a todos los miembros de las antiguas fuerzas de defensa para incorporarse a la Fuerza Pública. Esto con graves consecuencias, insultos y reproches de los dirigentes de la Cruzada Civilista como también del gestor de un medio de comunicación que proponía contratar seis mil graduados de escuela secundaria para conformar la nueva Fuerza Pública y echáramos a los más de doce mil miembros uniformados a la calle.
En Campo Emperador, además de los mandos medios y tropa de las Fuerzas de Defensa, estaban detenido los reclusos de la Cárcel Modelo y algunos pacientes del Matías Hernández. Entre las figuras conocidas vi al hermano del presidente Cortizo detenido y en un banquillo sentado a Gabriel Diez. Fuera de ellos las figuras más prominentes del PRD estaban recluidos en Albrook. Recuerdo perfectamente bien el interés de los personeros estadounidenses de darle salida a Rómulo Escobar Bethancourt. La orden venía directamente de Washington y los militares americanos tenían una papa caliente y querían desvincularse de la misma lo más rápido posible. Ninguno de los detenidos en esos días fue producto de algún interés del gobierno. Los militares estadounidenses vinieron con su propia lista y trataron de retener a todos los que aparecían en la misma.
Al Dr. Arias lo llamaban constantemente por el interés de amigos y familiares de la detención de varios personeros del PRD. Recuerdo el manifiesto interés de liberar a unos días de la invasión a Tomas Altamirano Duque. Todo el proceso de soltar a quienes no tenían procesos legales pendientes en el Ministerio Público era una función de las autoridades militares estadounidenses y requería firmas del Ministerio Público y el Ministerio de Gobierno y Justicia con la observación del Comité de Derechos Humanos y así fue como se procedió.
La leyenda urbana que se creó alrededor del Dr. Ricardo Arias Calderón es una infamia. En ningún momento pude ser testigo de ninguna intención personal de afectar la libertad de algún ciudadano. Los tiempos eran difíciles y se procedió de la manera más expedita con el fin de retornar a una normalidad básica. Perseguidores o ciudadanos con actitud revanchista existieron. Solo basta leer el diario la Prensa de esos meses para ver de dónde provenían. Mucha de esa animosidad era patrocinada por el Contralor Carles y los magistrados de esa Dirección de Responsabilidad Patrimonial. También debo reconocer la actitud complaciente y subordinada del entonces Procurador General de la República con los panameñistas. El Diario La Prensa le hizo a Arístides Valdonedo una canallada. Poner en primera plana las declaraciones de un delincuente para señalarlo como torturador bastó para que el Procurador General de la Nación le decretara el arresto. Peor fue la situación de Fernando Quezada, donde lo describieron como cocainero. Su reacción muy personal le costó el cargo en la Fuerza Pública pero la irresponsabilidad mediática fue superior.
Conociendo las actuaciones de los panameñistas entiendo perfectamente bien la frase lapidaria que recoge el Dr. Pérez Balladares de la respuesta del dirigente Liberal Joaquín Franco (qepd). Al final la ruptura entre la Democracia Cristiana y el Panameñismo fue un tema de cargos públicos. El 70% de los cargos públicos del gobierno estaban en manos del Partido Demócrata Cristiano por razón de la proporción de votos obtenidos en las elecciones. Los panameñistas necesitaban los cargos públicos para ellos. Al Presidente Endara lo pusieron en una disyuntiva. Escoger entre el Partido o la Alianza y prefirió mantener el partido a su disposición. Esto además de las rivalidades internas que promovía en ese entonces el contralor Rubén Darío Carles (qepd).
Recuerdo perfectamente cuando en un almuerzo en la Embajada Americana en frente de varias personalidades. Me Dijo: “Para la Policía Nacional no hay plata. Para botar policías hay toda la plata del mundo”. Eso fueron los tiempos. Así me tocó trabajar. En el caso particular de la detención del Dr. Balladares como el mismo lo expresa durante los eventos del 20 de diciembre de 1989 los que lo vinieron a buscar fueron soldados norteamericanos. Al retenerlo se dieron cuenta del error. El detenido no era de su interés y lo soltaron. Recogieron al Toro en vez de a Duquibiri.