Vivir sin aceras
Panamá es una ciudad moderna en su desarrollo litoral y en el acceso a la tecnología que facilitan la economía de servicios. Sus altos y modernos edificios son muestra del enorme capital financiero que circula en ella y que asombra a la comunidad internacional. Pero esa modernidad aún no alcanza la mentalidad de sus autoridades y menos su conciencia cívica. Cuando se baja la vista, después de admirar sus rascacielos, surge otra realidad: el habitante debe adaptarse a la ciudad y no la ciudad a sus habitantes. Tal es el caso de la ausencia de aceras en los lugares céntricos y, donde las hay, el tránsito sobre ellas se ve interrumpido por un poste de luz, un cajón para colocar basura, un estacionamiento particular o el curso de una quebrada. Con el tiempo nos hemos resignado a vivir sin aceras, aunque no siempre fue así, porque hasta mediados del siglo pasado la ciudad era más amigable con el citadino de a pie de lo que es ahora.
Y en unos tiempos como los que vivimos, en dónde queda el cacareado tema de la inclusión cuando a las personas con discapacidad física o visual les es casi imposible andar seguras por una ciudad que los margina y les es hóstil.
- ¿Es Panamá realmente una ciudad moderna con respecto a las facilidades peatonales que ofrece a sus residentes?
- ¿Sus autoridades están en sintonía con un urbanismo que dé prioridad a los espacios abiertos y al desplazamiento seguro de los habitantes que caminan por ella?
- ¿Cómo y cuándo el culto al automóvil relegó al panameño de a pie a ser un mendigo del espacio peatonal?