Entre pusilánime y timorato.
Por: Elka R. de Herrera / Docente universitaria
El buen líder es un hombre de columna en la defensa de la verdad, los valores, la imparcialidad y el bienestar de la colectividad. Tiene autoridad y don de mando; está capacitado para resolver los problemas laborales. Investiga, se interesa por las causas reales de los problemas y por solucionarlos inteligentemente, pues todo problema resuelto a medias genera otros problemas y a la larga se origina una cadena de problemas que son una carga para la institución.
El líder mediocre y timorato se queda sólo en el diagnóstico o la descripción del problema, su óptica le impide ver el resultado integral al problema, el cual se multiplica, estorba el avance y socava la honra institucional. La actuación pusilánime del líder construye muros internos, impide el movimiento, se pierde el espacio para poder moverse con aplomo. Este tipo de líder produce la esterilidad laboral, pierde la dirección y administrativamente no podemos ensancharnos ni alinearnos a los grandes propósitos.
El buen líder reconoce los tiempos, evita la formación de círculos viciosos que perpetúan los abusos; toma decisiones tajantes y justas, se enfrenta con firmeza a las dificultades, da la cara sin ponerse caretas, ni ropajes de intelectual porque sabe enfrentar los retos que incluye una administración eficaz y eficiente.
Moisés y su pueblo pasaron 40 años en el desierto comiendo el maná del cielo; también atravesando toda clase de situaciones adversas. Fue un dirigente determinado, inteligente y con carácter que a cada problema o necesidad le tenía una solución. Sus ejemplos dejaron huellas que han inspirado a miles de generaciones. Moisés, supo tomar las decisiones a tiempo y evitar las consecuencias negativas. No permaneció anclado en Egipto, porque esta vida es para hacer cosas buenas y evitar malos resultados.
Cuando un líder se quita y pone las caretas, significa que no mira hacia adelante, sus acciones no edifican, no son positivas. Está fuera del tiempo, sus decisiones son flojas, superficiales; no echan raíces profundas de inspiración, confianza, justicia, trabajo constructivo y satisfactorio. El líder resignado pasa sus días como soles apagados, es cómplice de los intereses creados que lo hacen ser bonachón ante las transgresiones a la ley y las normas vigentes.
Finalmente, cuando se asumen responsabilidades en cargos públicos, hay que tener templanza y madurez intelectual para tomar las mejores decisiones dentro del tiempo que le compete.