EN EL DÍA DEL PADRE

 EN EL DÍA DEL PADRE

LA HORA DE TU OLVIDO

                             A la memoria de Salvador Medina Hernández

Mientras unos pálidos señores juegan a la guerra
―rondan como águilas furiosas
e invaden, hasta la consumación de los escombros,
los muros y los espacios ajenos―
mi padre recoge las esquirlas de su última escalada.

Mientras los enviados del desastre
tienden su emboscada más allá del estallido
y sus libelos, ánimas terribles,
atan la noticia de pies y manos,
mi padre abandona la ensoñación de las estrellas,
la derrota del mundo.

Todo astro reclama su oscura vastedad.
(Ya en el fondo ―padre, tú tal vez no lo sabes―
se escucha la maldición de los dioses:

«¡Llegará el día en que la sangre,
harta de sus pálpitos bajísimos, les deje de latir!
¡Ríos de plomo amargo anegarán sus casas!
¡Barro serán sus pies!».
)

Me rehúso a aceptar que él, ya fuera del tiempo,
habite el mismo limbo,
la misma oquedad demoledora,
el mismo universo en ruinas
que aldearon
los enemigos declarados de la ternura.

Cuando se haya ido, cuando ya del todo se haya ido,
cuando su última palabra dé y se haya ido,
los poderosos
―lobos de la peor estirpe
asidos al rebaño desde el amanecer,
vistiendo astutamente la piel de su ovejas,
lamiendo airosamente las honduras
de las que no ultimó la dentellada―
seguirán aquí, infames, en su tutela
de infiernos.

(Tomado de La hora de tu olvido)

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