El respeto que hace falta

 El respeto que hace falta

Ernesto A. Holder

Hace dos semanas, varios diarios locales, informaron que: “El diputado del Movimiento Liberal Republicano Nacionalista y segundo vicepresidente de la Asamblea Nacional, Miguel Ángel Fanovich, denunció, ante el pleno legislativo, la existencia de presuntos negociados con el tema de las libretas de la Lotería Nacional de Beneficencia, los cupos de taxis y la contratación de carros cisternas para el suministro de agua potable por parte del Idaan, en los que presuntamente estarían involucrados otros diputados”.

A mí no me sorprende si resulta que sean ciertas las denuncias del diputado Fanovich y creo que a nadie más. Igual siento que esas denuncias quedaron enterradas entre otros tantos escándalos que se dieron la semana pasada, y los de la semana anterior a esa, y las que vendrán esta semana. Esperamos pacientemente a que un nuevo tema salga al tapete para reafirmar lo que somos: una sociedad corrupta y en gran medida, sin vergüenza. Una versión de este escrito fue publicada hace unos años titulada: “Esas cosas de la democracia”. Lo repito porque nada mejora y nada va a cambiar.

Eso de que la democracia “es una forma de organización social que atribuye la titularidad del poder al conjunto de la sociedad” o que“… es un sistema que permite organizar un conjunto de individuos, en el cual el poder no radica en una sola persona, sino que se distribuye entre todos los ciudadanos” o que se refiere “al conjunto de reglas que determinan la conducta para una convivencia ordenada política y socialmente” … suena bien; pero por alguna razón siento que no funciona en Panamá y desde hace mucho tiempo.

Lo que muchos entienden por democracia aquí ha resultado oneroso para la mayoría. Es un arma de doble filo, digamos: una tijera que corta bien para los menos; y para los muchos, el óxido de su borde gastado es una toxina que nos viene envenenando poco a poco.

Es culpa nuestra. Nosotros los elegimos. Son las cosas de la democracia. Los diputados tienen muy claro que sus puestos y poder se los deben a sus electores. Tienen bien clara aquella máxima que subrayan en la política de los Estados Unidos de que “toda actividad política es local” (“All politics is local”): allí es donde están los votos y de allí es de donde salen ellos.

Dominan muy bien lo del clientelismo. Discusiones sobre tratados de libre comercio, legislaciones sobre asuntos financieros y económicos y otras cuestiones de cierta complejidad, no son de la atención de un diputado salido de los círculos más necesitados en la periferia citadina o de un pueblo alejado del interior, en donde el alcance de esos temas es nulo y los problemas son otros. De allí, entonces, continúan trabajando para seguir asegurando votos y el apoyo en sus circuitos electorales.

Es el efecto del búmeran sociocultural. Como sociedad, cada Gobierno en su tiempo, ha afectado y descuidado gravemente el proceso educativo en las últimas décadas. Estos candidatos salen de ese círculo sociocultural y de ese sistema educativo vil y maligno en donde la supervivencia se da sobre la base del más desvergonzado en un ambiente de juegavivo.

Con ese alejamiento de los sectores mejor preparados de cada comunidad: los que respetan los límites y las leyes; los que cuidan su nombre y apellido (algo así como que “tiramos la toalla”) le hemos dejado la cancha abierta a los más populares, pero menos competentes… porque la democracia es así; y así lo requiere. No le pone límites ni le exige mayores virtudes o capacidades al participante. Cuando acá se paran en su curul, prenden el micrófono y abren la boca, a ellos no les importa que sale; ni vergüenza les da.

Para pelear poder y espacios debemos hacerlo con líderes respetables y bien educados. Lo denunciado por el diputado Fanovich y todo lo que no sabemos, es el efecto de un pobre sistema político, pero, ante todo, de un perverso sistema educativo. Los partidos políticos también han sido negligentes y descuidados en su responsabilidad de formación sociopolítica y cultural. No son individuos con formación ideológica y que valoren el servicio público.

El oficio de gobernar, para asegurar la democracia real y el desarrollo sostenible, está en peligro y será difícil de alcanzar, si ellos, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, no nos respetan para que nosotros les devolvamos la misma consideración.

(El autor, Ernesto A. Holder, es comunicador social).

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