LOS LIBROS PROFANADOS
Existe una historia de textos publicados que produjeron iras, molestias y se convirtieron en objetos de maldiciones. Unos auténticos conchas de su madre se le consideraban y tras esos sentimientos corrieron la suerte de ser llevados a las hogueras, lanzados con desprecio entre la candela, terminar sepa dios o el diablo dónde.
La profanación de aquellos libros, no significaba, fueran sagrados, mucho menos que se les tuvo el mínimo respeto, por lo contrario, quienes desataban aquellas faenas al considerarlos malditos, estaban convencidos que tales páginas deshonraban, eran indignas, ponían entredicho, honores y reputaciones sobre las cuales no podía osarse pisotear sus callos. La imagen de profanar en algunas tradiciones lleva a la idea de la muerte, de un cadáver, de una tumba que se irrespeta, se abre, y se cometen los actos menos pensados contra el ataúd y los restos; en el caso de estos libros, la idea de la muerte perdura, pero se desea, se intenta o se propicia, sea sobre la persona que tuvo los cojones de escribir semejante cosas, publicarlas, hacerlas de conocimiento público, o se le hacen mentadas de madres y promesas de volverlo añicos. Entre esos deseos y esas vociferaciones solapadas o ante los cuatro vientos, se han echado andar los actos viles contra un libro: se recopilan, se ocultan, se destruyen, se prohíben.
La historia tiene ejemplos dignos de películas para Hollywood, escenas de intrigas, misterios, abusos, muchas veces teniéndose de protagonista al Estado, al poder político, al poder económico; en muchas otras veces, los personajes corresponden a la esfera privada, asuntos entre personas particulares, en donde el libro no deja de ser la gran víctima. Parece cosa de cuento, de una ficción literaria, pero hay una historia, entendida como hechos verídicos, sobre esos destinos trágicos para tantas páginas escritas. El fantasma de la biblioteca de Alejandría no ha dejado de merodear en los tiempos modernos, las técnicas de las proscripciones medievales tan famosas en los fanatismos, también han echado andar en la sociedad panameña. En efecto, este país cuenta con su historia de libros profanados.
El caso de Oscar Terán (1860-1936) y su obra Del Tratado Herrán-Hay al Tratado Hay-Bunau Varilla. Historia crítica del atraco yanqui, mal llamado en Colombia la pérdida de Panamá y en Panamá nuestra independencia de Colombia (1935-1936). Nacido en este territorio, estudio derecho en Estados Unidos, obtuvo el título de doctor en jurisprudencia en Francia, fue representante como senador en los tiempos de nuestra unión a Colombia, uno de los fundadores del Ateneo Panamá y tiene en la actualidad un monumento en la avenida 30 de agosto en la ciudad colombiana de Pereira. Formular una postura de disenso y crítica ante la decisión y acciones llevadas a cabo por los próceres de 1903, quienes impulsaron convertir a Panamá en una nueva república, lo colocó bajo una lupa de agrias medidas. El prócer Nicanor Arturo de Obarrio Vallarino lo demandó, se le iniciaron procesos legales en su contra, el Consejo Municipal de la ciudad capital lo declaró indeseable, pernicioso, Ernesto J. Castillero, quien recopilaba pasajes históricos y participaba en la construcción de una historia republicana oficiosa, lo llamó “pensador amargado”, Fito Aguilera, otra de las plumas de a principio de dicho siglo XX, no tuvo reparos para dirigírsele en un lenguaje mucho más soez e irrespetuoso. Su persona y dicho libro, ante la osadía de las polémicas, revelaciones, señalamientos que plasmaban, parecieron padecer el ostracismo y el desprecio de quienes optaban por una versión aduladora de los sucesos separatistas.
¿Hasta qué extremo un autor, un libro, una obra, por resultar polémicos, disentir, revelar, denunciar, han corrido el destino de los ataques, de la proscripción, de sus extinciones? En los inicios de la república, uno de los hijos de quien fuera el presidente Manuel Amador Guerrero, osaba amenazar de poseer documentos comprometedores, publicarlos en un libro donde iba a contar “toda la verdad” sobre el movimiento separatista de 1903; adrede lo llamaban “el loco”, se hacía hincapié en que hablaba zoquetadas, locuras, lo desacreditaban hasta en las circunstancias nimias. A fin de cuentas, el cacareado libro, ya sea que existió o no existió, jamás pudo conocerse. Alrededor del cincuentenario de la república, otro texto motivó malestares, comenzó a mencionarse tras los sucesos criminales del 2 de enero de 1955 cuando se asesina al mandatario José Antonio Remón Cantera. El autor: un Richard Mur. Y digo “un”, pues no existe dato bio-bibliográfico sobre su persona. Figura un ser fantasmal. Por tanto, nada descarta que corresponde a un seudónimo, avalo la posibilidad de que dicho nombre y apellido encubría el nombre y el apellido de una persona que temía ser identificada o poseía razones para que su identidad se mantuviera en un anonimato. El libro que escribiera se titula: El asesinato de Remón. Debido a que una parte de la biblioteca del doctor Felipe Juan Escobar, prestigioso abogado titulado en Londres, terminó en mis manos por razones familiares, he podido leer dichas páginas. La obra aborda aspectos sobre la política, cómo se vendía el país, su descomposición, el terror del estamento policial, llama “Capo Nacional” al presidente asesinado Remón Cantera, alude sobre sus secuaces, los negocios de trata de blancas, de tráfico de drogas, alude nombres, implica a figuras de las estructuras de poder, ofrece una visión que pasma sobre las décadas de 1930, 1940, 1950. El libro se publica en 1956, Madrid, España, por la Editorial Hispano-Bolivariana, fue recopilado, comprado al por mayor, con la obvia preocupación de que no circulara ningún ejemplar, estaba condenado a la desaparición.
Idéntica suerte han corrido otros libros, aquel publicado en 1964 por José Ramón Guizado Valdés, presidente de la república en dos meses, veintisiete días, acusado de asesino como artificio para derrocarlo. La tendencia aparenta ser en torno a obras que afectan el estatus quo político, la imagen “social” de los aludidos casi siempre enquistados en la rosca del poder, la confrontación de las mentiras y las verdades, el pánico a las revelaciones contenidas entre párrafos. Por supuesto, en este Panamá han existido libros y escritos que se han pretendido diluir entre llamas o esquinar en alguna cloaca, quizás hoy, las redes, la inmediatez informática e informativa, complica esas prácticas de antaño, pese a la post verdad, las face news y el abultamiento informático de la moda actual. Si un libro, un texto, una obra, fortalece la construcción de pensamientos críticos, capaces de erosionar los esquemas de las inequidades, de los abusos, de los conglomerados mentalmente manipulados, entonces no habrá profanación ni proscripción, ni maldiciones ni mentadas de madres para que la posteridad los reciba con agradecimiento y sus generaciones pueden decirles bienvenidos sean.