¿Tiene Panamá una política exterior?
La bitácora
En 1914 el entonces político colombiano Marco Fidel Suárez al preguntársele cual debía ser la política exterior colombiana manifestó: Seguir a la estrella polar del norte. Es decir, alinearse a la política exterior de los Estados Unidos. Un alineamiento que a la vez indicaba subordinación. Todo esto en medio de las discusiones sobre el tratado Urrutia Thompson donde a Colombia se le recompensaba con 25 millones de pesos oros como indemnización por la pérdida de Panamá. A ese tratado le tomo 7 años a Colombia ratificarlo y en gran parte el motivo de cerrar esta disputa con los Estados Unidos fue por razones monetarias. Colombia necesitaba recursos y con parte de ellos se fundó el Banco de la República. En 1923 se reconoce la independencia de Panamá y con la llegada de la Misión Kemmerer contratada por el entonces Presidente Del Ospina se crea la Contraloría General de la República.
Marco Fidel Suárez, quien también logró ser Presidente de Colombia y gran propulsor del Tratado Urrutia Thompson utilizó la frase en latín “Respice Polum “para definir esa política exterior colombiana de principios del Siglo XX y que perduró durante todo ese siglo hasta la llegada de Alfonso Lopez Michelsen al enmendarla hacia una “Réspice Similia” (Mira a tus semejantes) y luego retornó a su cauce natural con la caída del muro de Berlín, el mundo unipolar y el Plan Colombia.
Panamá, a pesar de su llamada Neutralidad del Canal de Panamá amparada por una defensa militar preventiva de los Estados Unidos se vio abocada a buscar la adhesión de todos los países del mundo a esa supuesta neutralidad de la vía interoceánica sin entender claramente lo que conlleva una neutralidad de la zona interoceánica o el país donde la misma se encuentra. Con el bregar de los años, la política exterior panameña se vio sometida por inercia, falta del ejercicio de su columna vertebral o por mera desidia a asumir un papel de total subordinación a la política exterior norteamericana sobre la región. Estados Unidos ordena y Panamá Cumple.
La suerte de los Estados Pequeños en la geopolítica internacional no siempre está definida por sus intereses personales. Lo que es bueno para Panamá no necesariamente es bueno para los Estados Unidos y de allí, la necesidad de conciliar intereses o aceptar la sumisión de nuestros intereses a los intereses geopolíticos de los Estados Unidos. La tarea no es fácil por razones históricas, el imaginario social del ser panameño, la conducta nada transparente de los sectores políticos y la ausencia de una clara visión compartida del país que aspiramos.
Algún analista político académico caracterizó la realidad de nuestros países latinoamericanos como gobiernos débiles, finanzas en rojo y guerras civiles o conflictos sociales irreconciliables. Mientras esto subsista, la única esperanza de los gobiernos latinoamericanos especialmente de los pequeños en la comunidad de naciones es seguir a la Estrella Polar como bien manifestó a principio del Siglo XX el ilustre letrado, gramático, político y escritor Marco Fidel Suarez.
Hace unos años, cuando teníamos Embajador de los Estados Unidos en Panamá en un encuentro desayuno, el entonces Embajador en su exposición nos recordó la Liga de Delos. Esa alianza de la Antigua Grecia entre Atenas y las pequeñas islas del Mar Egeo y las costas del Asia Menor con sede en Delos para la defensa frente a las invasiones del Imperio Persa. Logrado los objetivos militares trazados, Atenas quien dirigía la armada, la marina y la diplomacia tomo la hegemonía sobre todas las islas de la Confederación. Trasladó todos los recursos de la Confederación hacia Atenas e impuso su forma de gobierno al resto. Las grandes obras de Pericles fueron construidas con los recursos trasladados hacia Atenas.
En el universo diplomático mucha de las imposiciones o expresiones de intereses o consecuencias vienen expuestas en metáforas, ejemplos históricos, cuentos y mitos antiguos. ¿Podemos dirigir una política exterior propia frente a los condicionamientos geopolíticos a la cual estamos sometidos? En ese arte de esquivo, silencio, oportunidad, nuestra política exterior está en pañales. Ni siquiera tenemos quién limpie las excreciones de nuestros propios dirigentes ministeriales. Hace unos años atrás recuerdo cuando un embajador panameño en la Estrella Polar jactarse al entregar las credenciales que lo acreditaban lo había recibido el perro de la Casa Blanca. De lo jocoso a lo humillante y tampoco así somos conscientes.