La obsesión con China
La bitácora
En 1979-80, cuando estudiaba en los Estados Unidos, ir a un almacén de departamentos la camisa de mayor valor o ampliamente expuesta en las principales góndolas o estanterías no costaban más de $30.00. Cuarenta y dos años después si vas a un almacén de departamentos una camisa similar te puede costar $30.00 a $40.00. Un dólar de 1980 equivale a $3.40 dólares de hoy. La pregunta es cómo es posible que el consumidor norteamericano pueda adquirir un producto similar cuarenta y dos años después a un precio similar. La respuesta es China.
Esa camisa que antes se fabricaba en los Estados Unidos o Europa, hoy se fabrica en ese país asiático. El resto del precio real lo asume el trabajador chino con salario mínimo para no herir susceptibilidades. En otras palabras, el trabajador chino por cuarenta años le garantizó al ciudadano americano su American Way of Life. Mientras esa relación simbiótica se mantenía a favor de una de las partes no había razones ideológicas que criticar, condiciones laborales por condenar ni gobierno por denigrar. Hasta que la profecía de Napoleón empezó a peligrar la hegemonía mundial de occidente. “China es un gigante dormido, déjenla dormir porque cuando despierte sacudirá al mundo”.
Mientras China era un exportador de ropa, útiles de cocina y todo tipo de chucherías era objeto de los mayores aplausos mundiales. Ahora que China es un exportador de productos sofisticados occidente empieza a temerle. Algo parece haberse perdido en la traducción (lost in translation). Lo que ocurre entre Occidente y China es un tema de confianza. Ya la confianza en la medida que China con su propia tecnología es capaz de producir productos sofisticados en abierta competencia con Occidente cuando Estados Unidos empieza a preocuparse por su hegemonía mundial. En medio de esta desconfianza a Panamá, que no compite con ninguno de los dos por algún tipo de supremacía ni se ha embarcado en una lucha frontal por sostener valores primordiales (individualidad libertaria frente a estabilidad colectiva), invitar a China a incrementar sus relaciones comerciales, culturales con nuestro país es una propuesta ganadora.
En ese camino la cautela es básicamente mantener un equilibrio de confianza con las dos potencias económicas a efectos de evitar acciones negativas hacia nuestro país por alguno de ellos. Y creo en ese impulso en la infraestructura del país donde China puede jugar un rol importante. Ese proyecto ferroviario sobre la cual existe ya un estudio de diseño puede fácilmente realizarse mediante una asociación pública privada donde el posible déficit inicial lo asuma el Estado y un consorcio chino opere y mantenga en funcionamiento ese medio de transporte. Una red ferroviaria hacia Centroamérica y Colombia elevaría la potencialidad del país como centro logístico y comercial. No veo a los Estados Unidos ni a Europa interesados en proyectos de este tipo en Panamá. Y si China está dispuesta porque no.