Ejercer el cargo de presidente de la República exige el dominio de los dotes de liderazgo.   Los pueblos esperan de su dirigente máximo trazar la ruta a seguir, proteger a la población, garantizarle paz y promover la prosperidad.   Esto no es gerenciar una fábrica o atender una tienda.  El presidente en un país democrático viene de alinear a su partido político o coalición con un programa de gobierno.   Se entiende que todo el conglomerado partidario acepta y racionaliza el rumbo que se pretende dar en los cinco años del mandato popular.

En las extrañas circunstancias actuales en que nos encontramos es tan visible que ese liderazgo no existe.   Los conflictos internos en el partido del gobierno son tan profundos que su propio secretario general (figura representativa y ejecutiva) compite con la del presidente del mismo partido con agenda totalmente distinta.  La fracción parlamentaria se aglutina detrás de intereses diversos. Hay quienes inclusive mantienen mayor afinidad con partidos y candidatos presidenciales de la oposición.